Un aporte CIC

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Arte y Cultura

Junto a Neruda con Rimbaud

“A la aurora, armados de una ardiente paciencia,
entraremos a las espléndidas ciudades”.

martes, 22 de mayo de 2007

Mª CRISTINA OGALDE-TALCAHUANO

LOS PECES

La anciana estaba sentada desde la mañana en la única roca, a lo largo de la extensa playa, lisa y envejecida por el golpeteo de las olas. Permanecía a ratos en silencio, a ratos murmurando un regaño con las manos cruzadas sobre sus rodillas, arropada en grueso chal con más años que ella. Se inclinó para mirar en el agua calma el reflejo de la luna, no lo consiguió, la contaminación la hacía más oscura y espesa que la misma noche que la envolvía. La pesquera que se instaló cerca era la responsable, no solo arruinó el agua también la vida de los pescadores de esa pequeña caleta, los peces o habían muerto o desertado mar dentro. La anciana se arropó un poco más, esperaba oteando el horizonte en busca de la luz que anunciara la llegada del bote. Llevaba dos días y dos noches así.
A su espalda aún se reflejaban luces de las casuchas, refugio de sus vecinos.
Doña Juana salió de una de ellas y se acercó con pesadumbre:
--Vamos doña, entre que ya llega la madrugada.
--Ya voy doña –respondió la anciana- sólo un poquito más, deje despedirme-agregó con un suspiro.
--Venga a comer algo doña, capaz que se enferme ahí - le gritó la mujer entrando nuevamente en la casucha.
La anciana rezongó una vez más comenzando a levantarse. Por su mente pasaba el resto de su vida sin su “viejo”, que se hizo a la mar en busca del sustento.
--Qué ola gigante, qué ventarrón te llevó hasta el mismo fondo, mi viejo – le preguntó al viento.
--¿Cuál será mi futuro?- se preguntaba –fuerzas para trabajar ya no tengo.
El hambre amenazante terminaría con las pocas que le quedaban.
--Bueno viejito, qué le vamos a hacer, buenas noches, descansa viejito mío.
No terminaba de pronunciar esta despedida cuando del agua negra y maloliente saltaron peces reflejados en la luz de la luna, cientos caían en la arena, revoloteando, boqueando fuera del agua.
La anciana asombrada recogió los que más pudo en su delantal extendido con ambos brazos.
Esa madrugada el olor a pescado recién horneado inundó la caleta, aromático, fuerte. Invitó a los vecinos a desayunar. Al mediodía su patio estaba repleto de pescados colgando al sol para secar y vender en la ciudad. Así la anciana todas las noches de luna, sentada en la misma roca y a la misma hora, mirando las aguas muertas, secas de vida, en un rito sagrado repetía:
--Buenas noches viejo, descansa viejito mío.
Al instante saltaban peces dorados y plateados para ella y sus vecinos, para vender y convidar.



BIO-BIBLIOGRAFIA

María Cristina Ogalde, nace en Talcahuano en 1954. Estudió Historia en la Universidad de Concepción y Teología en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y en la Pontificia Universidad Católica Caxias do Sul, Brasil. Concluyó sus estudios en la Universidad Jesuita de Roma. Estudió Sicología religiosa en la misma Universidad. Participó en la renovación de las congregaciones latino americanas. Se desempeñó como misionera en el continente Africano, Centro América y Latino América.
Ha escrito artículos en diversas revistas latinas y europeas, españolas y francesas.
En Chile, país al que regresó en 1996 El musgo crece aún sin agua, es su tercera obra secular. Es fundadora junto a Ingrid Odgers del Colectivo La silla de la Región del BíoBío, del cual es directora y Directora-editora de ediciones del mismo nombre.

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