Un aporte CIC

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Arte y Cultura

Junto a Neruda con Rimbaud

“A la aurora, armados de una ardiente paciencia,
entraremos a las espléndidas ciudades”.

lunes, 29 de septiembre de 2008

VAN-RA - LOTA

SIXTO

Yo no sabía muy bien, porqué Sixto acostumbraba a irse por el medio de la calle. Medio a medio. Está bien – me decía- que es un viejo inválido y la ciudad no está diseñada para su silla de ruedas, pero ¿porqué no irse por un costado, orillando la vereda?. Siempre matando la paciencia de los automovilistas que no se atrevían a pitear con sus bocinas, porque además, Sixto, es un mendigo.
En el último tiempo, yo había dejado de beber por causa de una alergia generalizada en todo mí cuerpo. Había conseguido estar mejor las últimas semanas, incluso intenté varias veces trabajos dignos haciendo referencia a mí fallido paso por la universidad. Perdí un puesto como asistente en la biblioteca municipal y casi logro hacer clases a niños de escasos recursos, en una O.N.G. llamada CEPAS. Al final, el viejo fascista de la ferretería “El Tigre” me había contratado de “pioneta” para su camión repartidor.
Partíamos temprano, como a las siete y media de la mañana y lo principal era diseñar la ruta de entrega que se extendía desde lagunillas a la entrada de Coronel, hasta Colcura, al sur de Lota.
Lo primero eran los ladrillos y lo segundo las bolsas de cemento. Después las planchas de zinc, cadenas y pilares. Por último, las cajas de baldosas y tuberías de pvc. Mí cuadrilla eran el Pato luca, el chaucha y el Estadín. De chofer era rotatorio, pero preferíamos al viejo Pacharra.
Teníamos un depósito clandestino donde acumulábamos ladrillos, baldosas y cemento que declarábamos en mal estado o destruidos por el traslado y que a fin de mes revendíamos.

La repartija era de la siguiente forma: Un porcentaje para cada uno incluyendo al chofer. Otro para el bodeguero de la ferretería y un pedacito de la torta para un carrete de fin de mes que podía ser un asadito, una tomatera, (Sabiendo que las distancias entre asadito y tomatera eran casi nulas), ronda putera o todo al mismo tiempo. Los montos eran significativos para nuestros estándares de vida. Podíamos acumular cien a ciento cincuenta mil luquitas que a veces se veían engrosadas por el micro tráfico de diluyente y clavos.
En la ruta repartidora también dábamos el zarpazo al cliente dependiendo del perfil y situación económica. Jamás tocábamos a los que a nuestro parecer caían en la categoría de “El Pueblo”. En cambio, al chupete de goma aburguesado, le robábamos sonriendo y en sus narices.
Fue en Lota donde nos encontramos a una vieja viuda y cuica. Su antigua casona estaba en el exclusivo recinto camino al parque, donde antiguamente vivían los ingenieros de minas y gerentes de ENACAR, La Empresa Nacional del Carbón. La vieja, estaba en faenas de restauración y el pedido era un sin número de artículos que iban desde tornillos hasta planchas de OSB. Cuando llegamos a su casa el Stadín no hacía más que codearnos para que le miráramos su robusto y fuerte culo. Yo seguía más abajo; la estilizada vieja tenía unas hermosas piernas.
Todo lo que preguntaba lo hacía sin mirarnos y con una indiferencia aprendida en la universidad del dinero. El Pato luca y yo bajamos el pedido mientras el Chaucha y el Stadín lo acomodaban donde la vieja les exigía con exactitud milimétrica. En cada trayecto desde el camión al lugar precisado, el Stadín le proponía a la vieja, soluciones a los arreglos emprendidos en la casa. La cosa partía así:- “Con todo respeto mí señora”- y le lanzaba su comentario envuelto cuidadosamente de conocimiento, estética y distancia que la vieja fue bien ponderando.
Cuando terminamos la descarga, el Stadín se demoró en salir de la casa, lo que nos permitió encender un puchito y comenzar a pelarlo de lo lindo.-Se nos calentó el potro- decía el Chaucha- Capaz que le pegue un fierrazo hoy mismo el tonto a la vieja- comentó el Pato Luca- Si se demora más de la cuenta, nos vamos no má cauros- sentenció el viejo Pacharra.
Pasaron unos minutos y el Stadín apareció y de un brinco estuvo arriba del camión. Estaba feliz. La vieja le había pedido un pololito para el día siguiente.- necesito ayuda- dijo.-chí, el potrito no se la pué solo!- el Chaucha dijo esto y todos nos cagamos de la risa.- no si con la vieja me la puedo, pero necesito una manito pa la pega que me pidió. ¿Quién quiere unas moneas extras?- nadie le tomo importancia y terminé aceptando. Tendríamos que venir después del turno, por la tarde.
Al día siguiente estábamos de lleno sacando detalles y corrigiendo terminaciones en la vieja casona. La vieja iba y venía y sólo se comunicaba con el Stadín. Parecía ignorar mí presencia.- Me voy a perder en la cocina pa engatusarme a la vieja y tú ¡pega el zarpazo, Zar!- me exhortó y se fue.
Esperé unos minutos y me fui sagaz y silenciosamente a recorrer las piezas. Cuando pasaba mucho rato volvía a la pega y esperaba otros minutos y de vuelta a la faena. En la suite principal, encontré dentro del velador un pequeño cofre de madera nativa que estaba hasta el tope de joyas.
Saqué un par de anillos, dos brazaletes y tres colleras. Todo de un oro de alto quilate. De vuelta al salón de las terminaciones. Pasaban los minutos y Stadín no aparecía y la vieja tampoco.

Decidí explorar el asunto. En la cocina nadie. En el comedor nadie. Tomé un pasillo de madera que llevaba a piezas secundarias. Cuando me acercaba a una de las últimas puertas del corredor, comencé a oír los aullidos de zorra. La antigua puerta tenía cuatro pequeños vidrios centrales, protegida por un delicado visillo. Me arrodillé y fui subiendo poco a poco la cabeza hasta tener a la vista la frenética escena.
El día siguiente era viernes. San viernes. Invitamos a la cuadrilla a una ronda putera.
Nos fuimos a la calle ancha.
Cuando nos aproximamos desde la plaza central al barrio rojo, vimos con consternación que en medio de la calle Balmaceda estaba detenido Sixto.
Llegamos por detrás de su silla de ruedas. Queríamos darle una sorpresa pero la sorpresa fue para nosotros. Nuestro gran amigo estaba pasado y durmiendo. Seguramente no pudo con el trayecto hasta su rancha de plástico. Por un instante dudamos dejarlo a un costado y terminamos subiéndolo a la vereda y despertándolo de su borrachera. Cuando esto sucedió nos dimos cuenta en el rollo en que nos habíamos metido. Nadie quería dejarlo ahí tirado, ni menos pensar en llevarlo a su casa que eran unas diez cuadras de lento andar. Lo invitamos unas copas y el Pato luca fue corriendo a pedirle permiso a la señora Flor para ingresar con el Sixto a “El Timbre”.
Nos sentamos con el viejo Sixto en una mesa cerca de la barra y alejada del pequeño estrado que servía de escenario a “Los Murciélagos”, que tocaban unos antiguos boleros.
Las chiquillas nos coqueteaban a través de los múltiples espejos y eso calentaba a Sixto como una tetera. Empinaba su caña, levantaba su tronco con las dos manos fijas haciendo palanca con la silla y aullaba como un perro.

Parecía un loco y daba la impresión que el juguete de entre piernas le funcionaba a toda presión. Nosotros nos reíamos y brindábamos por la suerte de su compañía.
El Chaucha le consiguió a la Vicky para que bailara un bolero. Ella se sentó sobre sus piernas y él se aferraba a su culo mientras la Vicky lo hacía girar con sus piernas. Noche de risas en el circo orgásmico de los Nadie.
Salimos al cierre. La señora Flor mandó al ajilao del “Sanguchito” para que nos pidiera amablemente de retirarnos.
Los rayos de sol nos cegaron y cada pioneta tomó rumbos distintos. Yo me quedé solo con Sixto y decidí llevarlo (fácilmente me podría haber llevado él a mí) a su rancha camino al hospital de Coronel. Creo que no alcancé a avanzar dos cuadras y las fuerzas me fallaron. La silla de Sixto tenía las dos ruedas traseras de bicicletas y las dos pequeñas delanteras de carrito de supermercado. Esto hacía imposible maniobrarlo. Se cuenteaba enseguida. Esta era la explicación.
El ¿por qué? de Sixto y su eterna andanza por el medio de la calle. Era la única forma de avanzar sin perder el control de la nave. Sixto balbuceaba palabras etílicas y yo estaba muerto.
Me senté a la orilla de la vereda, afirmé mi espalda en un poste de luz y me quedé dormido. Abrí los ojos y mí rostro lo sentí como un tomate. El sol había fijado su ojo fuego en mí cara. Sixto no se veía por ningún lado.
El lunes por la mañana teníamos que repartir las compras hechas a la ferretería el día viernes por la tarde. La rutina comenzó con un pedido que iba dirigido al alguacil de la cárcel.


Nos cambiaron chofer y decidimos guardarnos los comentarios del fin de semana.
Stadín se veía preocupado, pero mí resaca retrasada era la prioridad de la mañana y no le pregunté nada. Nos demoramos dos horas entre el registro, el salvoconducto y la descarga. Salimos de la cárcel y el chofer tomó la calle Carvallo para volver a la ferretería.
Carvallo intercepta a cierta altura la calle Balmaceda. Cuando estuvimos cerca de la intercepción apareció la cuca de los pacos y detuvo el camión. El primero en bajarse de la cuca no fue un paco sino nuestro gran jefe Don Leoncio Rossmery. Él nos señaló con su dedo fascista condenándonos a la horca por robar a una de sus clientas estrella. Ingresamos al furgón esposados el Stadín y yo.
Como el camión estaba detenido en la intercepción de Carvallo con Balmaceda, la cuca comenzó a retroceder por Balmaceda. ¡Phum!. Un sonido metálico y sentimos una brusca colisión. Cuando nos abrieron la puerta del calabozo móvil y nos bajaron rápidamente, vimos la silla de Sixto bajo las ruedas.
Han pasado cinco años desde aquel momento y con el Stadín decidimos venir a cumplimentar a Sixto al cementerio de Coronel.
Estos cinco años no han sido tan difíciles.
La verdad, es que aquel día, el día de la tragedia, cuando los pacos se recriminaban unos a otros y pedían por radio el auxilio de otros pacos y una ambulancia…..nosotros con el Stadin fuimos poco a poco, con lágrimas y mocos tendidos, con los ojos rojos de dolor, alejándonos del lugar. Rajamos desesperadamente. Quizás, como Sixto siempre habría soñado correr.
RESEÑA Y CURRICULUM

Escritor y poeta Lotino.
Actualmente tiene dos libros de cuentos inéditos: “Los Nadie” y “Hotel El faro”. El primero se encuentra en proceso de evaluación en distintas editoriales Santiaguinas.

Hace un año que trabaja en su primera novela: “El Manual del Instructor”.
Acaba de recibir la Beca de Creación Literaria del Consejo Nacional del libro 2008. Entre los antecedentes presentados cuenta con el reconocimiento del escritor Pedro Lemebel. Cada año, organiza junto a una Fundación de la zona, los encuentros de escritores y poetas de Lota y Coronel.



C U R R Í C U L U M L I T E R A R I O A C R E D I T A D O



2008 Beca de creación literaria Consejo Nacional del Libro



2006 Tercer lugar con el cuento “Sixto” en el segundo concurso nacional de cuentos, revista Grifo Universidad Diego Portales, Chile.



2003 Finalista en la octava edición del concurso de cuentos “Todos somos diferentes”, Fundación de derecho civil España.



2001 Primera mención honrosa Nacional con el cuento “Amado”, concurso Historia de Patos Buenos, división de organizaciones sociales gobierno de Chile.



1991 Segundo lugar, primera feria nacional de la creatividad, Chile. (Universidad de Chile)

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